SÓLO ERA UN PERRO

Abril, 2006

Sólo era un perro, pero el dolor por su muerte me golpeó como a quien pierde un hijo. Escribo hoy estas notas, siete meses después de aquello para preguntarme cómo fue posible que la tristeza permaneciese día tras día sin disminuir ni un milímetro; por qué se convirtió la ausencia en una idea obsesiva que daba vueltas sin dejar espacio para otra cosa.

Sé muy bien que la gente normal no sufre tanto por un perro. Los humanos no estamos hechos, en general, para echar de menos con intensidad patológica a una simple mascota. Quizás yo, que siempre tuve dificultades para relacionarme sentimentalmente con las personas, tenía que dirigir mi afectividad en alguna dirección y la vertí por completo en Charly.

CHARLY, el animal que me ayudó a ser persona

¿Por qué he tardado tanto en contar esto?
Simplemente, no he podido hasta ahora. Cada vez que me sentaba a escribir tenía que dejarlo; la sensación de dolor era demasiado fuerte. Aunque la verdad es que nunca me resistí a la tristeza; cuando aparecía —y eso pasaba cuando estaba solo— yo no hacía demasiados esfuerzos por ahuyentarla.
Esta vivencia me ha enseñado cosas sobre mí mismo; sobre la muerte; sobre la fragilidad de las cosas que nos interesan. Sobre todo, ha rescatado en mí la capacidad de emocionarme por una música, una escena o una palabra.

Cuando he podido razonar sobre este episodio me he preguntado una y otra vez sobre la utilidad del dolor por los ausentes. Si es verdad que nuestras sensaciones tienen un valor adaptativo ¿para qué sirve sentir dolor por algo o alguien que ya no está? ¿no es eso un tremendo desperdicio de energía? ¿para qué sufrir por algo que ya no nos será devuelto? ¿por qué no existe un mecanismo biológico que nos borre de la memoria ese afecto que ya no puede ser ejercido?
Quizás sea uno de esos innumerables trucos de los que se sirve la vida para sus oscuros fines. Nos dota de necesidades, de pasiones, de pulsiones, de apetencias; nos engaña con fuerzas como el amor, el odio, el dolor o el placer sólo para que nos movamos en una dirección absurda y que nos creamos que es adecuada.
Es posible que el dolor y la tristeza sean el contrapeso inseparable del placer y la felicidad: si no nos viésemos afectados por el dolor, si no nos importase la ausencia de un ser querido ¿podríamos quererlo? Si estuviésemos impedidos para recordar, quizás tampoco tendríamos la capacidad para poder experimentar previamente el apego por el objeto de nuestro afecto.
Pero la Naturaleza es excesiva en sus acciones. Me siento estafado al haber recibido tanto dolor y durante tanto tiempo, sin ninguna utilidad.
Aunque, quizás, la compensación consistió previamente en la suerte de haber conocido a Charly.

SIGUE ->

<-ANTERIOR