Desde hace tiempo conocía yo esa discusión
sobre la dichosa Sábana Santa acerca de si era más o menos antigua.... si el
carbono 14 era más o menos fiable para medir cuándo estaba fabricada o
"impresa".... Pero, claro: mis conocimientos técnicos no llegaban hasta ahí y
yo no podía tener una opinión válida al respecto. Además era muy posible -y
legítimo- que los seguidores de un personaje que ellos considerasen importante
hubiesen recogido cualquier lienzo que hubiese estado en contacto con su sudor
y -no digamos- con su sangre.
Así que, de momento, estaba a la expectativa.
Un día, pude ver por mis propios ojitos una fotografía -en una revista- de dicho sagrado lienzo. No daba crédito a mis ojos. Por poco me tienen que llevar a la UVI del dolor de tripas, de tanto reirme. Y aquí hago un inciso. Por mi actividad, (Bellas Artes) he estado en contacto con cientos de alumnos que aspiran al noble arte de pintar o dibujar. Los hay de todos los niveles de competencia: desde los que muestran facultades más que notables para la representación de la realidad hasta los que -pobrecitos- no pueden encontrar la manera de encajar un dibujo dentro de los límites del papel.
Por otra parte, en el proceso de aprendizaje de las disciplinas de representación, parece haber una constante que se repite invariablemente: Los errores de proporción o de apreciación se presentan en un orden similar en todos los seres humanos; los tópicos pictóricos aparecen y se desvanecen con una regularidad casi matemática en el transcurso de la formación de todos los alumnos. Quizá sea debido a que todos (salvo los genios, claro está) emplean un cerebro organizado de manera similar en cuanto a la representación espacial.
Todo esto sirve para que un observador medianamente entrenado en la calificación de aspirantes a artistas pueda, con un error despreciable, determinar cuál es el grado de competencia del autor de una obra. Fijáos en que los expertos en el análisis de un determinado artista llegan al extremo de poder descubrir, dentro de una obra, cuál de las pinceladas corresponde al maestro y cuáles a sus discípulos.
Pues bien: con los antecedentes expuestos, podría asegurar (dentro de los márgenes razonables que ha de dar la humildad) que la impresión que aparece en el lienzo llamado Sábana Santa no es la de un cuerpo humano, sino que es el torpe dibujo de un pintor o dibujante, impregnado de todos los tópicos pictóricos de un aspirante con pocas cualidades para la representación. Naturalmente, no puedo pronunciarme acerca de la técnica empleada, porque de unas fotografías sacadas de una revista no se pueden entresacar datos suficientes.
Sería oportuno discutir -por alguien más experto que yo- si el hecho de que, al parecer, ninguno de los expertos escépticos consultados hayan hecho hincapié en el aspecto gráfico y sólo en el aspecto químico se debe a la falta de formación artística de los intervinientes y a su falta de costumbre de valorar los elementos espaciales, circunstancia que ha sido muy bien aprovechada por el o los caraduras que han propiciado semejante burla. Reconozco -todo hay que decirlo- que mi razonamiento carece de argumentos objetivos que lo respalden. Que estoy refiriéndome a "olfato" más que a método científico, pero recordad que, por ejemplo, en una materia tan decisiva como la Justicia existe algo también algo así como la "Convicción Moral" que es lo que usan los jueces para, en casos determinados, enviar a un individuo a la cárcel y quedarse tan frescos.
Sumemos a esto que la muerte de Jesucristo, como la de cualquier ajusticiado por aquel método, debió de ser bastante traumática para la mecánica corporal. Además de la tensión anormal por la suspensión por los brazos, que debía de someter a la musculatura a un proceso de distensión con microdesgarros, estaba esa graciosa costumbre de romper las rodillas del homenajeado con un mazo, a mitad de la ceremonia, seguramente para acelerar el proceso y poderse ir pronto a casa, a cenar.. Luego sumemos la famosa lanzada en el costado que, seguramente, no se limitaba a ese estético cortecito en la piel que vemos en las estampas piadosas sino a una verdadera escabechina en los tejidos que rodean la jaula torácica, con el inevitable neumotórax que vacía de aire la cavidad pulmonar, forzando y encorvando hacia adelante la columna vertebral.
Con todo ello, era de esperar que lo que bajaron de la cruz fuese algo más parecido a un trapo que a un cuerpo humano con su correspondiente tono muscular .
Pese a todo, pudo ser cierto que los encargados de envolver el cuerpo en el lienzo que debía servir de sudario, estuvieran todo el tiempo necesario tirando de este hombro o empujando aquella rodilla hasta conformar la silueta absolutamente simétrica que pude ver en la reproducción fotográfica de la Sábana. Pero no veo la necesidad de tal ocupación, a no ser que estuviesen preparando la calcomanía del cuerpo de su Maestro para nosotros, un montón de años después.
También debió de ser minuciosa su preocupación por que TODO el cuerpo y el rostro quedase perfectamente calcado en el lienzo. Cuando yo he preparado moldes de arcilla o de fibra de vidrio en el estudio, después de toda una tarde de apretar con ganas, casi siempre me ha quedado, por descuido, algún centímetro por asegurar. No parece que tuvieran tal fallo los confeccionadores del Santo Paquete.
Lo siguiente que llama la atención es la exagerada longitud de las manos. Siempre se puede argüir que Jesucristo era bastante alto para la estatura media de la época (qué bien viene ese argumento para reforzar lo mayestático del personaje) y que tal estatura viene, por lo común, ligada a una manos estilizadas. Pero, casualmente, ese también es un error típico de dibujante inexperto cuando se trabaja en una imagen de tamaño natural: Al tener que trabajar muy cerca, se pierde con facilidad la sensación de proporción.
Lo tercero -y más gracioso- es el gesto de tristeza de la imagen. Cuando se han visto pocos o ningún cadáver, debe de ser inevitable seguir, de manera inconsciente, los estereotipos aprendidos por la contemplación de la obra de otros artistas (O, actualmente, el cine, como, acertadamente, ha dicho alguien al hablar de la errónea interpretación del movimiento de la cabeza de Kennedy al recibir el disparo que le asesinó). Existen, entre los dibujantes, unas convenciones gráficas para simplificar y realzar las expresiones del rostro. Por ejemplo, se eleva levemente la parte central de las cejas para expresar asombro, se baja un par de milímetros la parte interior para evidenciar ira o enfado, se elevan las comisuras de los labios para denotar placer o felicidad....la combinación de estos elementos de manera adecuada, multiplica convenientemente las posibilidades.
La imagen aquí tratada presenta -de manera muy pertinente- una ligera inflexión hacia abajo de las puntas exteriores de las cejas. El occiso está triste. Pero la realidad no siempre coincide con lo que esperamos: es muy frecuente que el gesto de un cadáver adquiera, por la retracción de los músculos bucinadores (los que rodean la boca) un rictus levemente parecido a una sonrisa, debido a la apertura de la boca. (Recordad las imágenes de cadáveres que vemos en la tele, tirados por las cunetas y con la boca abierta, con gran contento de las moscas) El presunto artista debió de pensar que ese gesto era muy poco solemne y procuró evitarlo presentando una boca elegantemente cerrada. No sé si alguno recordáis esas imágenes de muertos célebres, expuestos con una venda rodeando convenientemente su barbilla para evitar que contemplemos las interioridades de su esófago.
Bueno; me voy a merendar, que me ha entrado apetito.
Bye!
Francisco Mercader