[Extraído de mis viejas discusiones en un foro de sociología]
[Mercader]¿Por qué creo que pasa todo eso? Yo tengo una visión zoológica del ser humano. Creo que pertenecemos a una especie social y, por tanto, provista de un esquema jerárquico. De la misma manera que un perro no es feliz si no se sabe integrado en una estructura con un jefe (da igual si el jefe es él o si esta sumiso a otro: el caso es que él perciba la escala jerárquica) en la especie humana es muy posible que se encuentren restos de esa necesidad de pertenecer a una estructura escalonada. ¿Cual es la forma sublimada de ese diseño jerárquico?: un Jefe, aunque sea virtual. Cuando una casta sacerdotal -o sea, de vivillos- nos cuenta que hay un Dios, la predisposición biológica arrastra a los ingenuos a creérselo de manera fulminante.
La utilidad para la especie de semejante predisposición podría ser importante: Probablemente, será más segura la supervivencia de una especie que siga obedientemente las pautas de su diseño siguiendo reglas sociales, que si cada uno tira por su lado.
Saberse pertenecedor a una célula en la que un JEFE nos cuida y nos promete premios por nuestra paciencia en las desgracias terrenales, debe de dar, inconscientemente, una buena sensación de seguridad.
Por eso, lo de los ateos es un esfuerzo notable. Nos vemos obligados a explicarnos el mundo sin el consuelo de una compensación después de la muerte. Tenemos que construírnos nuestra propia explicación para el comportamiento, sin poder echar mano de códigos morales que no pasan de ser puros inventos para el buen funcionamiento de la sociedad.
Por todo ello, el ateísmo será siempre una tendencia minoritaria, propia de seres dotados de una inhabitual actitud crítica. Es mucho más cómodo encontrarse con códigos éticos ya fabricados cuando se viene al mundo, que creárselos uno mismo. Ser "distinto" es más difícil que pertenecer a un rebaño uniformizado.
De hecho, yo fuí un ateo antirreligioso combativo, en mi juventud. Hoy, con kilómetros de experiencia, soy mero espectador del fenómeno religioso, con pena y con impotencia.
La sociedad favorece esta predisposición para lo religioso, sin demasiado esfuerzo. Lo que algunos escépticos tibios llaman una 'enfermedad contagiada', no es más que un ligero empujoncito para deslizarse por una pendiente que ya estaba suficientemente inclinada. Y es que no tenemos remedio.
Saludos: Mercader el desalmado.