----------------------- GUSTAVITO Y EDELMIRA-------------------------

Relato virtual, por Francisco Mercader.

 

Gustavito Pocomontas no tenía novia ni nada que se pareciera a eso.

Estaba harto de intentar hilvanar algún diálogo que tuviese un mínimo sentido con las insulsas ninfas que hacían barra fija en el Bar de Manolo y cuya conversación se acababa después de tratar del último CACA-MIX o de la moda sobre pelos verdes en punta.

Aquella noche, como otras tantas, Gustavito se conectó a la red Internet. No se esperaba lo que iba a encontrar en su paquete de mensajes.

Allí estaba Ella. Una desconocida contertulia que hablaba con alguien de....no importaba. Su estilo era florido; su sensibilidad, envolvente. Gustavito sintió como una suave bofetada. Era la Revelación. No dejaría escapar aquella oportunidad de conocer a la mujer de sus sueños.

Sin perder un minuto redactó un mensaje interviniendo en la conversación.

Quizás su texto contenía un misterioso atractivo intangible pero lo cierto es que sólo media hora después halló en su buzón un mensaje de respuesta de la desconocida. Se llamaba Edelmira, como las heroínas de las novelas de amor y drama de siglos pasados.

En los dias siguientes se desencadenó una febril corriente de correspondencia entre Gustavito y Edelmira.

En todo coincidían; el estilo florido de la dama excitaba las respuestas apasionadas del galán. En dias sucesivos escribieron sobre mundos imaginados por los que ellos caminaban, cogidos de la mano. Hablaron de paraísos, de cascadas, de pájaros y tormentas; de vorágines y torrentes. No se levantaban del teclado y la cuenta telefónica subía sin parar.

Llegó a haber tal compenetración entre las personalidades de uno y otra que se enviaban los mensajes a medio acabar. No hacía falta entrar en detalles para que cada uno comprendiera con rapidez lo que el otro apenas apuntaba. Sus, al principio, insinuaciones, se convirtieron rápidamente en cálidas declaraciones de amor. Ya no podían esperar más: tenían que verse, oírse, tocarse.

Quedaron para la Gran Cita en el parque. Gustavito se presentó una hora antes, incapaz de soportar la angustia. Al fin apareció Edelmira. Con su carita de angel, su melenita rubia, su delicada pamela y su vestido etéreo de tul, produjo en Gustavito una impresión que le iba a ser difícil olvidar.

Edelmira también quedó encantada por la apariencia frágil de Gustavito, con sus gafitas redondas y su aire de ratón de biblioteca.

Se sentaron en un banco del parque. Gustavito, enmudecido, no conseguía recuperar el hilo de sus inacabables misivas. Edelmira miraba a Gustavito y no acertaba a articular palabra. Su manantial poético estaba seco por la timidez ante la presencia de su adorado.

Después de media hora de ominoso silencio se despidieron cortésmente y volvieron por donde habían venido.

Gustavito acabó de enjugar las lágrimas caidas sobre el teclado y reanudó su correspondencia con Edelmira. Nuevamente fluían las palabras con fuerza incontenible. Nuevamente Edelmira contestaba con aquella sensibilidad que hacía brillar con desconocidos tonos la pantalla de Gustavito.

Estaba claro que estaban obligados por el cruel Destino a comunicarse a distancia. La presencia física les estaba vedada como castigo impuesto por quién sabe qué designio diabólico. Pero Gustavito tenía imaginación y propuso a Edelmira uno de esos recursos informáticos que les permitiría abrazarse de manera virtual: aquellos trajes que, conectados al ordenador les facilitaría el contacto simulando sensaciones mientras contemplaba cada uno a su pareja en las gafas de Realidad Virtual. Edelmira aceptó entusiasmada.

Aquella noche, Gustavito y Edelmira desempaquetaron nerviosamente sus trajes recién comprados y, después de enfundarse en ellos, los conectaron trémulamente al ordenador.

Inmediatamente se contemplaron frente a frente, en el mundo fingido de la Realidad Virtual. Gustavito alargó una mano hacia Edelmira y tocó delicadamente sus rubios rizos. Sintió perfectamente, a través de su guante sensitivo, el estremecimiento de Edelmira.

Edelmira y Gustavito estaban, por fin, fundidos en un estrecho abrazo.

Pero las inestables líneas no bastaban para transmitir la intensidad de sus sensaciones. Gustavito se desasió de una mano y tecleó frenéticamente para aumentar la potencia de la señal. Los circuitos se calentaban. Los cables se derretían.

Pero el Destino quiso jugar su baza por última vez. Aquella tarde, millones de usuarios de Internet vieron como sus discos duros se detenían y sus ordenadores se quedaban mudos, después de un chispazo monumental y planetario. Todo el mundo se enteró en directo del humeante orgasmo informático. Todos..... menos Edelmira y Gustavito que habían sido los primeros en quedarse sin luz.

Francisco Mercader.1996

Comentarios a : fmercaderr@QUITAESTOtelefonica.net

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