De: owner-escepticos@dis.ulpgc.es en nombre de Francisco Mercader Rubio [fmercader@arrakis.es] Enviado: sábado, 25 de julio de 1998 17:41

Asunto: [escepticos] Brutalidad.

[Rafael Díaz]
> Considero que es esta discusión primero habría que acordar qué es un instinto. Si entendemos como tal una pauta de comportamiento que obliga a todos los individuos de una misma especie a actuar de manera similar ante un estímulo similar, no puedo más que dudar del instinto agresivo del que habla Mercader. Existen elementos culturales que permiten explicar las acciones violentas en la mayoría de los casos, al mismo tiempo que la agresividad no es nota común de todos lso indivioduos, ya que existen personas radicalmente pacíficas por naturaleza (o como dicen algunos,m por carecer de ella).

[Mercader]
Gracias, hombre. Acabas de abrirme los ojos sobre la posible causa de la dificultad que casi toda esta corrala encuentra en admitir la importancia de los instintos en el comportamiento humano.

Creo que, como tú dices, la imagen que se tiene de un instinto es de algo que obliga a comportarse uniformemente a todos los individuos de una especie ante determinado estímulo. Eso es correcto entre las hormigas o entre los galápagos. El comportamiento de una actinia cuando se le acerca un dedo es tan previsible que podría uno apostar su sueldo del mes, sin riesgo alguno. No hay actinias con 'personalidad' tan definida que vayan a tener un comportamiento distinto al de sus congéneres, ante ese estímulo. Pero según va uno examinando a los animales más complejos, esas pautas van quedando más disimuladas y más entrecruzadas. Llega uno a la especie humana y ya no puede apostar su sueldo por la previsibilidad de un comportamiento, porque nos encontramos ante la especie en que sus individuos son más heterogéneos.

El margen de comportamientos ya es algo más ancho que el de una actinia. Supongo que el tamaño del cerebro tendrá algo que ver en ello. Desde que nuestro cerebro es capaz de analizar -en cierto grado- nuestro propio comportamiento, podemos influir en él, sólo por esa posibilidad (igual que se interfiere en la trayectoria de una partícula subatómica sólo por intentar observarla). Así que podríamos creer en la facilidad de conducir nuestro comportamiento a golpe de batuta. Añádase a esto una curiosa soberbia antropocéntrica (Que no parece lógica en un círculo escéptico y mayoritariamente ateo) y tendremos la consabida resistencia a admitir que las raíces de nuestros comportamientos tengan un porcentaje de coincidencia con el de nuestros primos los bichos, parecido a ese noventa y tantos por ciento que se admite sin reservas en cuanto a la genética de nuestro 'físico'.

Naturalmente que, entre las personas, hay multitud de individuos pacíficos por 'naturaleza' entre otros que no lo son. Esa variabilidad puede haber sido debida al cambio de forma de vida, favorecido por la explosión cultural del último medio millón de años. La Selección ya no ha necesitado eliminar a esos individuos pacíficos que podían sobrevivir en condiciones sociales impensables hasta entonces, al abrigo del grupo o refugiadas en asentamientos agrícolas pero que habrían sido barridos sin misericordia, si la especie hubiera tenido que seguir defendiéndose de los depredadores en campo abierto. (enseñadme a un babuino pacífico, queriendo hacer las paces con los leopardos, que durase más de diez segundos). Pero al lado de los humanos pacíficos están los tipos que, enjaulados en ciudades y manteniendo intacta toda la predisposición violenta de que la Evolución les dotó con fines utilitarios, tienen que ejercerla -a falta de guerras de conquista- en la caza del zorro, las corridas de toros, los insultos al árbitro en el fútbol, o las carreras de motos a las dos de la mañana.

Creo, firmemente, que el deporte más pacífico no es más que una sublimación del instinto violento, reconducido por los vericuetos más insospechados.

Y si no, escuchad los golpes de las fichas del dominó contra el mármol, en cualquier casino de abueletes.

[Rafael Díaz]
>Vuelvo a decir que lo del mono asesino al estilo de R. Ardrey estaba pasado de moda.

[Mercader]
Todavía no he leído a Ardrey pero, si lo que dice es que nuestra especie es más asesina que algunas de monos, no dejaría de ser una 'boutade'. Los chimpancés, por ejemplo, pueden capturar a otros monos más débiles y comérselos a pedazos tan ricamente, igual que debieron de hacerlo nuestros antepasados no demasiado lejanos cuando tenían hambre. Además, meter con calzador elementos éticos como el del 'asesinato' me parece una sonora valoración antropomórfica, útil para vender ejemplares de libros.

Saludos.