De: owner-escepticos@dis.ulpgc.es en nombre de Francisco Mercader Rubio [fmercader@arrakis.es]Enviado: viernes, 17 de julio de 1998 17:05

Asunto: [escepticos] Brutalidad

[Arturo Rios]
al servir el pez, ya frito y con salsa, este SEGUIA VIVO (en ese momento levanté la vista de los mensajes), y que así lo querian los clientes (se veía a un feliz niño, junto a papa y mama, degustando al pobre animal). (..........) Me preguntaba si la brutalidad humana tenía límites cuando nos echan la noticia de la red de pederastia en la que vendían violaciones de bebes de entre 12 y 18 meses.

[Mercader]
Este episodio del pez comido vivo, como todos los anteriores que hemos tratado aquí, incluídas corridas de toros y otras diversiones con animales maltratados, son -a mi juicio- demostraciones de cómo la sensibilidad para el dolor del Otro puede estar, o no, presente en cada ser humano sin que pueda achacarse a maldad consciente sino, simplemente, a que hemos sido implementados, a medias por nuestros genes, a medias por nuestras vivencias, con una dosis variable del instinto social o altruista. De cómo puede ser uno considerado responsable de ello, podríamos estar eones hablando aquí, sin ponernos de acuerdo.

Yo siempre me muevo en la contradicción de (a) justificar tales acciones como inevitables y (b), simultáneamente, de alejarme lo más posible de sus ejecutantes.

Si calificamos al espectador de una corrida de toros -o de una pelea de perros o de gallos- ¿Cómo lo justificaríamos? Está siendo cómplice de un entramado en el que se crían animales, exacerbando su agresividad (trapío lo llaman los expertos; toma ya) para disfrutar después de los efectos de esas propiedades chocando con la habilidad para burlar, de su verdugo, o sea: del torero. Si los animales sufren, se realizan o disfrutan con todo ello, es una consideración secundaria que a nadie importa. Lo único pertinente es el propio goce obtenido con el stress de otros seres. Lo curioso de esto, es que los participantes en esta liturgia no pueden reconocerse a sí mismos como egoístas o insensibles. Es más; se creen, de buena fe, curiosas teorías acerca de la falta de sensibilidad al dolor por parte del toro, quizás para acallar inconscientemente cualquier gramo de mala conciencia, antes de que salga.

En cuanto a la pederastia a que tú aludes, debe de responder a causas semejantes. Lo que cualquiera denominaría como una aberración patológica podría ser denominado, simplemente, como una hipertrofia en la percepción de ese "esquema infantil" descrito por Konrad Lorenz y que consiste en una capacidad, fijada hereditariamente, de reaccionar ante estímulos provocadores. En una persona normal, esos estímulos, consistentes en características físicas propias de los niños, como el pequeño tamaño, formas redondeadas, mofletes rosados, piel fina y movimientos torpes, provocan un reflejo positivo de protección que redunda en provecho social para todos. Pero baste que esa capacidad se desmande ligeramente, para que se cruce (está demasiado cerca) con la capacidad de captar estímulos sexuales -que también consisten, desde el punto de vista masculino, en formas redondeadas, piel fina, etc- y tenemos un cortocircuito llamado pederastia, del que las sucesivas culturas no han estado libres. Y si no, recordad la antigua Grecia y las costumbres de un guerrero como Zeus manda, las actuales costumbres de ciertas culturas Africanas o las de ciertos reductos rurales gallegos.

No lo justifico, oigan. Sólo estoy intentando analizarlo.

Saludos.